Las naciones que lideran el crecimiento económico procuran aumentar el ingreso de jóvenes en la universidad, pero -y es importante que los argentinos reconozcamos esto- no contemplan bajar el nivel de exigencias académicas. Por el contrario, apuntan a incrementar la matrícula universitaria a partir de un proceso de mejora de la calidad de la enseñanza secundaria, lo que permite establecer rigurosos criterios para ingresar en la universidad. De esa forma, cada vez habrá, pues, más estudiantes universitarios, lo cual es positivo, pero es crucial asegurar que su incorporación a la universidad los encuentre bien preparados, ya que cantidad sin calidad no es auspiciosa.
En este competitivo mundo globalizado, la universidad juega un rol central en determinar las posibilidades de cada nación de construir una sociedad no solamente próspera, sino también socialmente inclusiva. Ninguno de los países que han demostrado capacidad para crecer sostenidamente por varias décadas y mejoraron el nivel de vida de su población y abatieron la pobreza marginó la universidad o dejó de prestar atención a la calidad de la enseñanza que imparte. Las naciones exitosas se han preocupado por garantizar un alto nivel en la calidad de su enseñanza universitaria, al tiempo que procuraban que cada vez se incorporaran más alumnos provenientes de sectores postergados.
También estos países exitosos se han ocupado por establecer una nueva matrícula universitaria que apunte al futuro y no anclada en el pasado. Por esta razón, han impulsado preferentemente las carreras científicas y tecnológicas. Así se han fortalecido las diversas ramas de las ciencias básicas y aplicadas.
Los niveles más altos de graduación universitaria se dan en Australia, donde por lo menos seis de cada diez personas en edad para graduarse han obtenido un título universitario. En el resto de los países industrializados, esta proporción se ubica por encima del 35%. En cambio, la graduación terciaria en nuestro país es muy reducida (apenas 14%), a pesar de que son numerosos los estudiantes. Esto configura una situación anómala, de «muchos alumnos y pocos graduados».
En América latina nuestro nivel de graduación es inferior al de Panamá, Brasil, México, Chile y Cuba. Nos caracterizamos por ser una nación con escasa graduación universitaria. Por ejemplo, es cierto que Brasil tiene apenas 26 estudiantes universitarios cada 1000 habitantes, y Chile, 32, mientras que nosotros los superamos con nada menos que 41. Pero, si consideramos la graduación final, la situación es muy diferente: tanto Brasil como Chile están graduando más de 4 profesionales universitarios cada 1000 habitantes, mientras que nosotros apenas graduamos 2,5.
Surge una pregunta inevitable: ¿cómo es posible que nosotros, con más estudiantes, tengamos muchos menos graduados que nuestros vecinos?
La explicación numérica es bien simple: nuestros vecinos gradúan al final de la carrera a más de la mitad de los que ingresaron, mientras que nosotros apenas graduamos algo más de la cuarta parte. Tal anomalía se funda en el preocupante hecho de que son muy pocos los estudiantes nuestros que concluyen sus estudios y se gradúan, principalmente por su deficiente preparación previa.
Estamos graduando apenas 27 de cada 100 ingresantes. Esa pobreza de resultados es notoria cuando se la compara con otras naciones: por ejemplo, Japón (91), Dinamarca (81), Rusia y Reino Unido (79), Canadá (75), Suecia (69), Francia (67) y México (61). Como se ve, muchos estudiantes mal preparados no aseguran una alta graduación.
Para entender nuestra escasa graduación prestemos atención a lo que ocurrió recientemente en Brasil, lo que ayuda a explicar la gran diferencia entre la graduación argentina y la brasileña. El sábado 3 y el domingo 4 de noviembre de 2012 fueron en Brasil y la Argentina días muy distintos para los adolescentes que concluyen la escuela secundaria y piensan ingresar en la universidad. Para ninguno de los nuestros fue un día especial en lo que concierne a los estudios, por eso muchos pudieron tener un fin de semana como cualquier otro, incluso con activa vida nocturna. Pero los adolescentes brasileños enfrentaron un fin de semana distinto, ya que en esos dos días se tomaron los exámenes ENEM, cuya aprobación es indispensable para poder ingresar en cualquier universidad.
El tiempo perdido durante la escuela secundaria cuando se estudia poco difícilmente se puede recuperar después en la universidad. El ENEM es una exigente valla por superar, que impulsa a estudiar durante todo el ciclo secundario para ingresar así bien preparado al nivel universitario. Es decir que, justamente, es el estudiante el más beneficiado. En realidad, ningún lector debería sorprenderse por esta práctica, que es común desde hace muchas décadas en todos los países del mundo desarrollado, como Francia, Italia, Reino Unido, Alemania, Austria, Holanda, Dinamarca, Estados Unidos, Irlanda, Hungría, Israel, Suiza, Finlandia, Japón y Australia.
En América latina estas pruebas de ingreso obligatorias también se aplican en países muy distintos desde el punto de vista político, como Chile, Brasil, Colombia y Cuba, donde el gobierno de los Castro proclama: «Hay que insistir de manera particular en la preparación de los jóvenes para estos exámenes, que no son un fin en sí mismo, sino la garantía del éxito en los estudios universitarios».
El presidente Rafael Correa acaba de implantar en Ecuador el Sistema Nacional de Nivelación y Admisión (SNNA) que «examina a quienes buscan un cupo en las universidades públicas y privadas». Para poder ingresar en la universidad, hay que tener más de 555 puntos en este examen, pero para poder hacerlo a las carreras de Educación o Medicina, el puntaje requerido debe ser superior a 800 puntos. Los médicos y los maestros deben ser los mejores estudiantes, según Correa.
Nuestro régimen universitario, por el contrario, es de una originalidad incomprensible, ya que no incluye este tipo de exámenes generales al concluir el ciclo secundario (aunque tampoco los prohíbe).
Esto significa que hemos decidido liberar a los adolescentes del esfuerzo que demanda prepararse para afrontar una prueba general de ingreso a la universidad, como el ENEM que rige en Brasil. La pregunta, ahora, es la siguiente: ¿quiénes tratan mejor a sus adolescentes y se preocupan más por su futuro laboral? ¿Los brasileños, chilenos, colombianos, cubanos y ecuatorianos, con esas grandes exigencias que los impulsan a estudiar, o los argentinos, con la visión facilista que excluye este tipo de exámenes generales y no propicia la cultura del esfuerzo y la dedicación para el estudio?
Por todo esto es difícil de entender por qué la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados propicia ahora una nueva ley para nuestras universidades que, en su artículo 4°, establece: «Todas las personas que aprueben la educación secundaria pueden ingresar de manera libre e irrestricta a la enseñanza en el nivel de educación secundaria». Es decir, prohíben lo que se hace en todo el mundo que progresa.
No se entiende esta vocación legislativa de ir a contramano de la tendencia universal que busca darles una mejor preparación a los adolescentes. Sobre todo cuando sabemos que vivirán en un mundo difícil, cada vez más globalizado y competitivo.
Fuente: © LA NACION.
Por Alfredo Aldo Guadagni | Para LA NACION