Hoy comemos variado más por los barcos que por los campos”
Tras analizar la producción y el consumo global de alimentos en los últimos 50 años, un estudio de la FAUBA, Facultad de Agronomía, Universidad de Buenos Aires, concluyó que hoy, la diversidad de las dietas en cada país, incluida la Argentina, es mayor que la variedad de cultivos que se producen. La causa principal es la intensificación del comercio internacional.
El estudio, realizado principalmente con información proveniente de la FAO, mostró que la diversidad de cultivos que se producen localmente en gran cantidad de países cambió muy poco durante los últimos 50 años. Sin embargo, el consumo en ese lapso se diversificó debido a un intercambio comercial de mayor magnitud y diversidad a escala global. Foto: shiplilly.com
POR: PABLO ROSET
(SLT-FAUBA) En los últimos años, la globalización y un comercio internacional más intenso fueron el motor de un desfasaje entre la producción y el consumo de alimentos en los distintos países. En este marco, una investigación de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) en base a datos de la FAO determinó que, en los últimos 50 años, el consumo de cultivos en el mundo y en la Argentina se diversificó a un ritmo mayor que su producción. Plantean la necesidad de reflexionar entre los pros y contras del intercambio comercial entre países, ya que las las decisiones que se toman sobre las dietas en ciertas regiones del planeta tienen consecuencias sociales y ambientales en sitios remotos.
“El comercio internacional facilita un mejor acople entre la demanda y la oferta de alimentos. Por eso, en los últimos 50 años los países tendemos a consumir de forma más similar” (S. Aguiar)
“Cuando estudiaba la carrera de Ciencias Ambientales, que se cursa en la FAUBA, además de interesarme en la diversidad y la distribución de las plantas silvestres, comencé a preguntarme si los cultivos, ya sea por la producción o el consumo, tenían patrones espaciales similares. Me preguntaba si habría otros países que, como la Argentina, destinaban más de la mitad de su superficie a sembrar un único cultivo. Y también me interesaba cuánto de la diversidad de cultivos que consumíamos se producía localmente y cuánto era foráneo. Por eso después profundicé alguno de estos temas en mi doctorado”, le contó a Sobre La Tierra Sebastián Aguiar, docente de la cátedra de Ecología de la FAUBA.
Según Aguiar, su investigación se basó inicialmente en una publicación de otros investigadores que demostraron que, en los últimos 50 años, el mundo se homogeneizó en cuanto al consumo de cultivos. Los países tendieron a aumentar la diversidad de su consumo y la consecuencia fue que empezaron a tener dietas más similares, asociadas a un proceso de occidentalización a escala global. Así, caben dos posibilidades: ¿Los países tienen dietas más diversas porque se producen una variedad más grande de cultivos o, por el contrario, el consumo es más diverso porque se importa y exporta un abanico más heterogéneo de cultivos?
“Los resultados que obtuve a partir de la base de datos FAOSTAT —que tiene información de aspectos de la producción agropecuaria de todos los países— muestran que desde la década del ’60 hasta hoy, el consumo, la producción, la importación y la exportación de cultivos elevaron su diversidad en 16, 4, 40 y 38%, respectivamente. Es decir, las importaciones y exportaciones, vinculadas al comercio internacional, se diversificaron más que la producción y el consumo”, afirmó Sebastián, quien también es becario postdoctoral del Conicet.
En este sentido, el investigador añadió que el consumo se diversificó más que la producción, que prácticamente no cambió desde los ’60s. Esto significa que, a escala global, los países importan y exportan más cultivos y en mayor variedad, mientras que localmente no se observa una tendencia clara a que los países produzcan más variado. Por esta razón, la mayor diversidad de las dietas se da, como lo expresa en su tesis de doctorado, “más por los barcos que los por campos”.
Dime qué no comes…
Aguiar explicó que en los últimos 50 años ocurrió un desacople espacial notable entre la producción y el consumo de cultivos, dos actividades que crecieron de forma desigual en la mayoría de los países. “En general, los países centrales, con economías grandes, importan alimentos que no producen localmente por restricciones ambientales. Uno de tantos ejemplos es Alemania, que compra bananas y mangos provenientes de países tropicales. Este es un caso claro de consumo de lujo, ya que la nutrición de alemanes y alemanas no depende de esas frutas, pero es un gusto que se pueden dar”.
La gran demanda china de soja está relacionada con la alimentación de animales para consumo humano. La Argentina es uno de sus principales proveedores, incluso a costa de graves problemas ambientales.
“Además —agregó Sebastián—, hay cultivos que demandan mucha superficie y son relativamente baratos, por lo que a ciertos países, aun pudiendo producirlos, les conviene importarlos. Es lo que sucede en China con la soja: la necesita para alimentar a sus animales —los chinos cada vez comen más carne— y le resulta más económico comprarla a granel en el exterior que usar sus tierras para cultivarla. Cuando digo ‘económico’ también me refiero al ambiente: ellos exportan a otros países las consecuencias ambientales de su producción”.
Sin embargo, el investigador aclaró que también se da el fenómeno inverso, en el que la diversificación del consumo se relaciona con una producción más diversa a nivel local. Ello sucede, por ejemplo, en países africanos y asiáticos en vías de desarrollo que no pueden darse el lujo de importar alimentos exóticos desde regiones lejanas. Para alimentar más variado a sus poblaciones deben producirlos internamente, si el clima y los suelos se lo permiten.
El granero del mundo
“Desde sus inicios, la Argentina, al insertarse en esa práctica que se llama división internacional del trabajo, se posicionó como un país agroexportador con una fuerte impronta colonial. Primero producíamos tasajo para alimentar esclavos en el Caribe. Luego, trigo para que los europeos ampliaran y estabilizaran su consumo con una producción de contra-estación. Hoy —dos siglos después— seguimos casi en el mismo lugar, exportando cultivos sin valor agregado”, puntualizó Aguiar.
El investigador hizo hincapié en las consecuencias de que el agro argentino exporte la mayor parte de lo que produce. “Suele decirse que podemos alimentar a 400 millones de personas, mientras nosotros somos el 10% de esa cifra… En el país queda una proporción muy baja de la producción del campo. De hecho, un trabajo reciente muestra que 88% de nuestras tierras cultivadas se destina a satisfacer demandas externas. Hay pocos países en esta situación y la consecuencia para todos es una diversidad local de cultivos reducida”.
En más de la mitad superficie agrícola del país se produce soja que, a diferencia de otros cultivos, es exportada con cierto valor agregado, principalmente como harina
“Más allá de que hoy la Argentina posee el 60% de su superficie con soja, nuestra agricultura nunca fue muy diversa respecto a otros países del mundo. Esto es llamativo porque los diferentes climas que tenemos permitirían una agricultura heterogénea. Pero aunque la llanura chaco-pampeana —principal región agropecuaria del país— posee condiciones ambientales variadas, los cultivos que se realizan cambian bastante poco”, dijo Sebastián.
El comercio y sus consecuencias
Para Aguiar, además de preocuparse por cuestiones como la demografía, el control de la natalidad o por cambiar los patrones de consumo, los países deberían planificar muy bien el comercio internacional. “No estoy seguro de si estamos balanceando bien los beneficios y los perjuicios que esta actividad genera. Sí estoy seguro de que no lo estamos pensando muy bien a futuro. Es una actividad clave que habrá que empezar a regular si queremos vivir en un mundo más sustentable”.
El movimiento incesante de los barcos mercantes implica la quema de grandes cantidades de combustible fósil. Esto, a su vez, determina la liberación de gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento de la atmósfera. Foto: grist.org
“La impronta humana sobre el planeta es muy fuerte. Causamos una cantidad inmensa de problemas y el comercio internacional es uno de los mayores responsables. Un ejemplo es la emisión de gases de efecto invernadero: el movimiento de barcos gigantes consume un gran volumen de combustible y promueve el calentamiento global. Otro caso son las invasiones biológicas: cuando un barco se mueve entre países suele transportar sin querer especies que terminan causando daños económicos y ambientales en lugares muy distantes”, remarcó el investigador.
Asimismo, Sebastián reflexionó sobre la importancia de pensar en las consecuencias sociales de las decisiones de consumo de alimentos. “En ciertos casos, diversificar las dietas se asocia al consumo de alimentos importados, claves en la alimentación de los lugares de origen. Por ejemplo, en Buenos Aires es común ver platos que incluyen quinua. Lamentablemente, la mercantilización de este cultivo tradicional de los países andinos hace que aumente su precio local y baje la capacidad de los ciudadanos de esos países para consumirlo”, reflexionó Aguiar.
En este marco, y a modo de cierre, Sebastián sostuvo que “el trabajo rural está terriblemente precarizado, pero eso desde las ciudades no se aprecia. Tal vez el comercio justo y la trazabilidad de los alimentos alivien la situación, pero los Estados deberían tener roles activos en regular estas cuestiones y generar programas de educación; esto ayudaría a los ciudadanos a tomar decisiones de consumo con más y mejor información. Si las dejamos en manos de los consumidores y del mercado, ya sabemos cómo terminan. Y quizás sí, como conclusión, mientras menos viaje la comida, mejor”.