EL DILEMA DE LA CARNE ARGENTINA. EL PROBLEMA VISTO CON OJOS EUROPEOS

 

El dilema de la carne argentina
Argentina consumió el año pasado menos carne de res que nunca, exportó más que nunca y, sin embargo, ganó menos. ¿Cómo se come esto?

     
 
Argentina destinó el mes pasado a la producción de carne de res algo más de un millón de cabezas de ganado. Aunque la cifra impresiona, «fue uno de los peores eneros de los últimos 42 años», según el informe mensual de la Cámara de la Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (CICCRA). El país, además, tuvo el año pasado el consumo de carne de res por habitante más bajo desde 1920.

Paralelamente, 2020 fue el año en que más carne de res exportó Argentina al resto del mundo, aunque facturó por ello un 12,5% menos. La explicación de ambos datos (se exportan más toneladas de carne, pero se reciben menos dólares por ellas) es China, adonde se destinan tres de cada cuatro toneladas y que supuso el 70% del crecimiento de las exportaciones. «El tipo de producto que demandan los chinos es muy particular y no hay otro destino que pueda reemplazar a China», explica el ingeniero Miguel Schiariti, presidente de CICCRA. Eso ha dado al gigante asiático gran poder de negociación para ir progresivamente bajando los precios.

Una consumidora en un supermercado de Taiwán. Argentina exportó en 2020 en total 616.200 toneladas de carne de res (un 8,6% más que el año anterior), confirmando la tendencia previa marcada por 2019, que ya había batido la marca anterior de 1969. Pero el dato no es tan positivo para los exportadores argentinos, que facturaron menos.
Es un producto para el que no disponen de un mercado alternativo, ya que únicamente lo podrían exportar a Estados Unidos, pero con una cuota limitada a 20.000 toneladas, según explica. «No es una carne que podamos vender, por ejemplo, a Alemania, donde se envían solo los mejores cortes que produce la Argentina», ejemplifica. Una carne cuya calidad, además, «mejora tras veinte días de viaje y de maduración natural».

La carne argentina, en Argentina, no es la misma que en Alemania
En Alemania, como en la mayoría de los grandes consumidores de carne argentina salvo China, las importaciones descendieron. «En gran medida se lo atribuyo a la cuarentena, porque el mercado europeo, para nosotros, es en gran medida de consumo en restaurantes… y el hecho de que abrieran y cerraran ha hecho que los valores de venta en muchos países hayan bajado casi a la mitad y que se cancelaran pedidos»,explica Schiariti.

Restaurante cerrado en Alemania por el coronavirus. Argentina exportó en 2020 a Alemania 21.805 toneladas de carne de res (un 3,5% del total), un 15,5% menos que en 2019. Los ingresos por estas ventas cayeron un 25,6%  anual,  hasta  ubicarse  en 196,3 millones  de  dólares. 
Los argentinos en Alemania suelen notar que la carne argentina que se consume en Europa no es igual a la que comen en su país. Y tienen razón. «Los europeos están acostumbrados a las razas continentales (…) por eso nos piden que seleccionemos animales de mucho peso y en la Argentina seleccionamos animales exclusivamente para la exportación a la Unión Europea», afirma Schiariti, para quien no está relacionado el descenso del consumo interno con el aumento de las exportaciones.

Cambio en los hábitos alimenticios
«Hace ya más de dos años que venimos consumiendo pollo, no se puede comprar el asado, se fue por las nubes», dice Ofelia Góngora a un equipo de grabación de DW. Ella es madre de dos niños en un suburbio humilde de Buenos Aires. Sin embargo, ni su caso es el más habitual ni es el precio de la carne de res el único causante del cambio en los hábitos alimenticios de los argentinos, que han pasado de consumir en la década de 1980 unos 80 kg de carne de vacuno al año y 20 kg de cerdo, pollo y cordero, a consumir actualmente 49 kg de res, 46 kg de pollo, 20 kg de cerdo y 4 kg de carne de cordero.

«No es que los pobres comen cerdo y los ricos carne bovina… la bondiola de cerdo está de moda y no falta ya en los asados de la gente también de más alto poder adquisitivo», explica Jeremías Lachman. Para este economista especializado en agropecuaria de la Universidad de Buenos Aires, efectivamente ha habido una pérdida del poder adquisitivo del salario y un reajuste del precio comparativo de la carne de res respecto a productos sustitutivos como el pollo o el cerdo; pero, también, un cambio en los gustos y hábitos de los consumidores argentinos.

ESTE ARTÍCULO ES ORIGINAL DE LA DWA –  DEUTSCHE WELLE AGENTUR

 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 
 
 
 

 

Lachman recuerda el enorme crecimiento en el país de la producción de maíz, que ha superado ya a la soja en grano como principal producto de exportación. «Un maíz que es también el principal insumo para la alimentación de pollos y cerdos», dos industrias que han mejorado enormemente su productividad y competitividad en los últimos años, facilitando también el cambio en la dieta de los argentinos.

Polémicas medidas del gobierno
El gobierno ha tratado de contener el precio de la carne de res en el mercado interno negociando con la industria precios y volúmenes. «El control de precios es un tema polémico siempre: es de manual que genera incentivos para que el oferente baje la calidad», explica Lachman. En un producto, además, en el que es muy difícil establecer un estándar de calidad. «No es una computadora en la que se puedan definir unos requerimientos técnicos», ejemplifica.

El acuerdo implica únicamente a los supermercados (que suponen solo una cuarta parte del mercado interno de carne de res) y no todos los cortes. «Al afectar también a un volumen tan bajo, el 3% del mercado, tiene poca fuerza para operar como un precio de referencia» que vaya a obligar al carnicero también a bajar sus precios, explica Lachman. «Personalmente lo veo más como una medida publicitaria, de poder decir ‘nos estamos ocupando de la mesa de los argentinos’, que con un impacto real tangible sobre el precio que pagan los consumidores», afirma.

«Tenemos un gobierno que no está muy interesado en resolver los problemas, sino que su único interés es encontrar culpables», lamenta Schiariti, para quien las medidas son ineficaces y totalmente contraproducentes. Se refiere tanto la fijación de precios (que produce «más informalidad, distorsiones de precios relativos que llevan a sobreconsumo inmediato, desinversión y liquidación de stocks, que se traducen en una caída de la producción al cabo del ciclo biológico y en nuevos saltos de precios relativos») como al aumento de la retención a las exportaciones.

«Lo que deberían hacer es lo contrario, facilitar las exportaciones», ayudando a buscar mercados alternativos a China en el sudeste asiático, y «reducir la carga impositiva a la carne» ya que «un 29% del precio de un kilo de carne son impuestos» que se van sumando a la cadena de producción, afirma.

Lachman propondría otra receta, aun admitiendo que es un tema difícil de resolver. «Si lo vemos desde el lado del desarrollo productivo, la cadena bovina tiene un gran potencial para crecer y para generar empleo de calidad en sectores que son además los más afectados por la falta de empleo», explica. «Concentrarnos solo en cuidar la mesa de los argentinos puede descuidar a un sector que tiene mucho que ofrecer», cuando se podrían hacer las dos cosas, indica, por ejemplo «con un subsidio a la demanda» como un cheque a los sectores más desfavorecidos para gastar dos mil pesos en carne.

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