Producen avispas benéficas para controlar la mosca doméstica. – Se trata de un servicio especializado que, desarrollado y ofrecido por el INTA, -Instituto Nacional de Tecnologia Agropecuaria, Argentina-resuelve una problemática recurrente en establecimientos de producción animal y lugares de acumulación de basura.
El tejido urbano avanza sobre lo rural, como así también lo hace la frontera agropecuaria sobre áreas urbanas y naturales. Cada vez más se integran, se encuentran y abren desafíos para los especialistas, quienes deben buscar alternativas viables que permitan seguir produciendo en los bordes de las ciudades de manera armoniosa con la vida social y con el ambiente.
Destacadas por su potencial para generar alimentos próximos a los consumidores y con baja huella de carbono, las zonas periurbanas resultan espacios estratégicos para el desarrollo agrícola, frutihortícola y de sistemas de producción animal a escala familiar.
En este contexto, la multiplicación de moscas domésticas en establecimientos ganaderos y en lugares de acumulación de basura constituye una problemática habitual, para la cual investigadores del Instituto de Microbiología y Zoología Agrícola (IMyZA) del INTA arribaron a una posible solución. Fruto de estudios sobre control biológico de plagas y la apertura de la primera biofábrica de la Argentina en 1992, comenzaron a multiplicar avispas parásitas de acción benéfica que destruyen uno de los estadios biológicos de la plaga.
Se trata de una alternativa de control biológico, cuya aplicación debe estar asociada a una gestión integral de residuos y efluentes, tanto en zonas urbanas como periurbanas. Este tema fue presentado en la jornada “Periurbanos hacia el consenso”, en el Auditorio Ciudad de las Artes de la ciudad de Córdoba entre el 12 y14 de este mes.
En el marco del mismo encuentro, también secompartieron experiencias llevadas a cabo por el INTA en el módulo de investigación agroecológica, instalado en un campo del periurbano de Marcos Juárez, Córdoba. Abierto a la visita de los productores, este espacio y otros como el Observatorio de Agricultura Urbana, Periurbana y Agroecología del INTA –ubicado en la ciudad de Córdoba– buscan responder a las tensiones en la convivencia de lo urbano, lo rural y lo natural en pos de potenciar las producciones en esas áreas.
“El método de control biológico es una forma natural de minimizar el uso de agroquímicos en las granjas, en pos de evitar la contaminación de alimentos, animales y personas”, aseguró Diana Crespo, jefa del Grupo de la Biofábrica de mosca doméstica y del Laboratorio de Transformación de Residuos del IMyZA.
De este modo, la especialista remarcó la importancia de realizar “una muy buena gestión de efluentes y residuos sólidos dentro de los establecimientos para reducir los sitios de ovipostura y el desarrollo de las moscas y complementar la acción de esta alternativa biológica”.
En 1992, especialistas del INTA crearon la primera biofábrica del país que multiplica avispas parásitas de acción benéfica para el control de la mosca doméstica.
Una mosca doméstica adulta pone 50 huevos por día en desechos orgánicos húmedos durante 30 días. De esos huevos, eclosionan larvas que se alimentan de la materia orgánica entre cuatro y cinco días. Luego la larva busca lugares secos y permanece en estado de pupa durante otros tres días. De la pupa nacen los adultos que llegan a vivir hasta 30 días.
“Si estas avispitas existen en el ambiente, vuelan, buscan las pupas de las moscas, se posan sobre estas y las pinchan para colocarles un huevo en su interior. De ese huevo, nace una larva del parasitoide que se ‘come’ todo el contenido de la pupa, la destruye y, luego de unos días, emerge un parasitoide benéfico”, describió Crespo.
Para Crespo, esta herramienta contribuye a resolver una de las principales problemáticas de las producciones ganaderas intensivas –avícolas, porcinas, tambos, etc.– y de algunos sistemas agropecuarios afines como mataderos y frigoríficos, dada por la posible contaminación biológica de los recursos naturales con efluentes y residuos, la generación de olores y la proliferación de plagas sinantrópicas como moscas y roedores.
Además, Crespo señaló el impacto social que conlleva el control de la mosca doméstica en las zonas periurbanas, sobre todo debido a que este insecto puede volar hasta tres kilómetros desde el sitio donde se generó y vehicular enfermedades y parásitos zoonóticos que afectan la salud humana y veterinaria.
“En el INTA Castelar, producimos –a escala industrial– avispas que se crían, justamente, sobre la pupa de la mosca doméstica y luego se liberan en las granjas durante primavera-verano”, detalló Crespo. Los productores pueden acceder a este servicio a través de accesibles convenios con el IMyZA.
Este tipo de control biológico fue implementado en varios municipios de Santa Fe y Buenos Aires de manera exitosa. “El tratamiento resulta efectivo si se aplica en plantas donde los desechos se separan en origen y los parasitoides se liberan en el lugar donde realiza el compostaje de los desechos orgánicos sólidos de la planta”, detalló Crespo.
En esta línea, la especialista recomendó llevar a cabo prácticas de control cultural como técnicas de secado del guano, peletizado y el uso de tecnologías de transformación microbiana –como el compostaje de los residuos orgánicos o la digestión anaeróbica de los desechos y su uso como energía, por ejemplo–. “Además, pueden sumarse los tratamientos físico-químicos de los efluentes, entre otras tecnologías, con la finalidad de reducir los sitios de ovipostura y el desarrollo de las moscas”, agregó Crespo.
Es necesario el control de la mosca doméstica en las zonas periurbanas, debido a que puede vehicular enfermedades y parásitos zoonóticos que afectan la salud humana y veterinaria.
De acuerdo con Beatriz Giobellina, especialista del INTA en el marco del Programa Nacional Recursos Naturales, gestión ambiental y ecorregiones, el periurbano puede pensarse como la interface ubicada entre dos sistemas más consolidados: urbano y rural. “En el medio, queda un territorio cuyas dinámicas reciben la presión de ambos sistemas”, indicó.
Para la especialista, los avances desmedidos y con bajo nivel de planificación de ambas fronteras sobre los sistemas natural, urbano y rural implica un triángulo que está desorganizado y provoca consecuencias aceleradas de crisis ambientales –inundaciones, pérdida de suelo fértil, incendios, contaminación, etc.–.
Esto repercute, a su vez, en la pérdida de competitividad, recursos naturales, biodiversidad y seres vivos. “Hay que lograr una interrelación más virtuosa entre las partes a partir de la construcción de consensos y de planificar mejor el territorio, con una mirada más elevada que la búsqueda de rentabilidad inmediata y cortoplacista”, señaló Giobellina.
En ese sentido, Giobellina apuntó: “Cuando crecen así, desaparecen sistemas de regadío, bosques, cobertura natural, se urbaniza en zonas de nacimiento de cuencas, humedales u oasis productivos y finitos. Esto deriva en una destrucción sistemática de sistemas de regadío y de producción de alimentos para los mercados interno y externo que son importantes para sustentabilidad de las ciudades y de los territorios”.
La especialista advirtió que “se pierden los cinturones verdes, sistemas históricamente dedicados a la generación de alimentos”. No obstante, “en el mundo comenzó a retrabajarse el concepto de alimentos de proximidad, un alimento de baja huella de carbono de escala local, que involucra a agricultores familiares que producen frutas, verduras y animales de granja con el circuito más corto ‘del campo a la mesa’”, explicó Giobellina.
De acuerdo con Giobellina, el periurbano puede pensarse como la interfase ubicada entre dos sistemas más consolidados: urbano y rural.
También existen problemáticas vinculadas con el avance de la frontera agropecuaria sobre los asentamientos humanos, “a través de la contaminación por deriva, infiltración o contaminación de aguas superficiales y subterráneas; sistemas que son muy intensivos en insumos que se aplican con poco profesionalismo y escaso control”, dijo la técnica.
Si bien no hay cifras para la Argentina, una investigación que realizan el Observatorio de Agricultura Urbana, Periurbana y Agroecología del INTA junto con el Colegio de Ingenieros Agrónomos de Córdoba analizó 30 municipios de la provincia y, entre los resultados preliminares, estimó que el área periurbana protegida comprende cerca de 30.000 hectáreas.
“El observatorio funciona en la agencia de extensión de Córdoba y es una construcción de trabajo en red con instituciones y actores locales, con un abordaje de investigación acción participativa”, describió Giobellina.
En esta línea, destacó la presencia territorial del instituto y el trabajo de esta unidad. “En ciudades y periurbanos, las agencias de extensión requieren otras propuestas y formas de organización innovadoras que promuevan la investigación y un concepto de extensión asociado con construir diagnósticos y alternativas junto con los actores locales –organizaciones no gubernamentales y barriales, municipios, productores–“, amplió Giobellina.
En tanto, si se aplica la ley de agroquímicos provincial –que establece una franja de 500 metros a partir de todos los bordes urbanos–, en el Área Metropolitana de Córdoba se calcula que existen unas 100.000 hectáreas de periurbano que requieren intensificación ecológica en sus tecnologías de producción.
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Investigar para resolver problemáticas
Abierto a la visita de los productores, especialistas del INTA Marcos Juárez –Córdoba– llevan adelante un módulo de investigación agroecológica, que está ubicado en un campo de la ciudad cordobesa. “Necesitamos responder a las problemáticas de los periurbanos y que los productores vean que se trata de un sistema viable, real y adaptable a la zona”, aseguró Melisa Defagot, especialista del INTA a cargo del módulo.
El proyecto consta de 26 hectáreas, de las cuales 16 son productivas y el resto está cubierta por una cortina forestal de tres hileras de plantas, un requerimiento establecido por ordenanza municipal. La primera hilera está conformada por fresnos y algarrobos; la segunda, por eucaliptus, y la última por casuarinas. En la parte norte, hay sauces traídos del Delta –porque se trata de una zona más baja– y también fresnos y algarrobos.
Además, la disposición establece que los 150 metros posteriores a la cortina –que hacen un total de entre cinco y seis hectáreas– pueden ser cultivados, pero sin el uso de insumos de síntesis química. En este caso, la franja está ocupada por cultivos de cobertura manejados con alguna labranza y sin aplicaciones. “Hay un resguardo ambiental que debe ser cumplido”, remarcó la especialista del INTA.
Por su parte, en 10 hectáreas restantes, se utilizan para cultivos de cobertura o estivales, similar al adoptado por el productor en la zona. Se realizan rotaciones que favorecen la biodiversidad del ambiente como vicia-maíz y trigo-soja; las pasturas resultan un complemento producciones pecuarias. “El objetivo es generarle al productor de la zona un modelo que puede adaptar a su campo, que quedó dentro del ejido urbano y que no puede manejarlo con un monocultivo, pero tampoco dejarlo improductivo”, argumentó Defagot.
El módulo integra el trabajo de especialistas en suelo, cultivos, ganadería –próxima actividad que se incorporará para consolidar un sistema mixto– y entomología. Entre los estudios que se llevan a cabo, se destacan mediciones de indicadores productivos, ambientales, de nutrición y microbiología del suelo, rendimientos de cultivos.
El módulo integra el trabajo de especialistas en suelo, cultivos, ganadería –próxima actividad que se incorporará para consolidar un sistema mixto– y entomología.