La reciente Ley aprobada en la Argentina, sobre cultivo y uso de cannabis medicinal, encuentra a los foros de la medicina del país prácticamente desprevenidos y faltos de información. La Industria Farmacéutica no muestra antecedentes en la materia y las únicas garantías a la vista son las que indican que solamente el INTA y CONICET serán los entes autorizados para el cultivo y las posibles aplicaciones. Mientras se espera la reglamentación de la Ley, veamos que se hace mundialmente.
Israel lleva años investigando la aplicación del cannabis para tratar ciertas patologías. Con tesón y esfuerzo, hoy es líder mundial en este ámbito y sus resultados son indiscutibles. Sin embargo, el Gobierno hebreo aún pone demasiadas trabas a quienes tratan de cambiar las cosas. Hay que sortear muchas restricciones.
Hace cincuenta años, Raphael Mechoulam comenzó a investigar el ámbito de lo cannabinoides en Israel. Hoy es considerado el “abuelo del cannabis medicinal” por ser el primero en aislar el THC en la década de 1960, un hombre que pidió al Gobierno estudiar los beneficios de la marihuana y recibió el apoyo de buena parte de la ciudadanía.
Fue en los 90 cuando el gobierno israelí aceptó que se comenzara a utilizar esta planta para ayudar a superar determinadas enfermedades en caso de que no existiera otro tratamiento. Ese logro fue, en gran medida, gracias a la investigación de Mechoulam, y hoy ha convertido a Israel en uno de los lugares donde la investigación con respecto al cannabis está más avanzada.
En la actualidad, son ocho las empresas que cuentan con una licencia gubernamental que les permite proveer de marihuana medicinal a los ciudadanos de Israel. Todo ello pese a que, al contrario de lo que ocurre en Estados Unidos, no existe una cultura fuerte en torno al cannabis. Afortunadamente, a las compañías no les costó demasiado que el producto fuera visto como algo puramente médico cuando se lo presentaron a los potenciales pacientes.
El sistema de licencias
En 2007, el Ministerio de Salud israelí puso en marcha un programa de cannabis medicinal que actualmente permite que cerca de 20.000 personas se mediquen con marihuana (una cifra que se espera que aumente a 30.000 en 2016). Aunque antes necesitan obtener una licencia tras el visto bueno de un doctor.
El Gobierno establece una serie de normas (bastante restrictivas) para entregar dichos permisos, entre otras cosas que los pacientes padezcan enfermedades graves como cáncer, Parkinson o epilepsia (solo en el caso de los niños), o que estén recibiendo un tratamiento a base de quimioterapia, sufran dolor crónico, lleven enfermos al menos dos años y estén tomando morfina.
El dictamen del médico se entiende como una recomendación que, después, se envía al Ministerio de Salud, quien realmente expide (o no) la licencia. Una vez completado este procedimiento, los pacientes se dirigen a una de las ocho compañías que proveen el cannabis. Allí pasan consulta con su personal de enfermería y, en una clínica especializada, proporcionan al paciente el producto más adaptado a sus necesidades. Las personas pagan un precio fijo de alrededor de 100 euros al mes, independientemente de la cantidad de cannabis prescrito.
Este paciente consumirá el producto en forma de aceite, de cápsula o de flor, pero la cantidad mensual dependerá de lo que especifique la licencia. Lo normal es de 30 o 40 gramos al mes, pero hay quien necesita 100. El caso de los pacientes que se inician en este tratamiento es distinto. Ellos solo pueden acceder a 20 gramos, como marcan las directrices establecidas por el Gobierno.
Los niños también son medicados, pero sólo en determinadas ocasiones. Deben ser pacientes oncológicos, de neurología, epilepsia o enfermedades raras. La dolencia ha de ser grave, y solo podrá acceder al medicamento de marihuana en caso de que el resto de fármacos no hayan surtido efecto. Si padecen cáncer, por ejemplo, tanto a los niños como a los adultos se les permite el acceso a la medicación a base de cannabis solo cuando se encuentran en fase terminal.
En el caso de las epilepsias, se suele medicar con marihuana terapéutica a aquellos niños que han probado antes entre siete y diez medicamentos de los considerados convencionales y, a pesar de ello, presentan una salud muy precaria. En la actualidad son más de 100 los menores epilépticos que se benefician de cepas de alto CBD en Israel.
También se han llevado a cabo distintos estudios para evaluar el uso del cannabis para el tratamiento del trastorno de estrés postraumático crónico en veteranos de combate israelíes, con resultados «prometedores». Actualmente, alrededor de 500 pacientes con TEPT están aprobados para usar cannabis medicinal en Israel; y el número va en aumento. Los fondos para estas investigaciones provienen del Ministerio de Salud (MINSA), así como de los donantes privados. Sin embargo, los investigadores deben primero probar varias combinaciones de THC y CBD (y otros cannabinoides) en los pacientes, bajo un estricto control, antes de que el medicamento pueda ser recetado correctamente.
Una buena investigación con trabas gubernamentales
La investigación israelí es importante de cara a demostrar los beneficios de la marihuana para tratar ciertos aspectos del ámbito de la salud. Incluso algunos hospitales israelíes acogen a pacientes de otras nacionalidades (a los que logran obtener una licencia), que se benefician de sus avances, alimentando así el turismo sanitario en la región.
Pero en un extraño doble rasero, las autoridades no aprueban exportar el cannabis porque no quieren que Israel sea visto como un lugar que, además de vender armas, vende marihuana. Un asesor médico de alto nivel en la unidad de cannabis del Ministerio de Salud de Israel afirma que los funcionarios agrícolas apoyan la exportación de cannabis medicinal israelí. Sin embargo, los altos funcionarios de la policía, el ejército y la rama ejecutiva del partido en el gobierno se oponen a ella, porque el conocimiento se escaparía fuera de Israel y este conocimiento es digno de valer una gran cantidad de dinero.
La marihuana en Israel se cultiva en invernaderos en las montañas de la Galilea, aunque también en exteriores en lugares como el valle de Elah. Y lo hacen con variedades que superan el 13% de CDB y menos del 1% de THC, junto con una docena de cepas estandarizadas por el organismo regulador. También lo hacen con cepas altas en THC, superando incluso el 25% (el THC es conocido para prevenir las náuseas en pacientes con cáncer y reconstruir el apetito en las personas con SIDA, entre otras aplicaciones).
Sin embargo, la competencia entre las granjas de cultivo, así como entre las compañías israelíes del sector, ha amenizado el mercado y premia la consecución de un producto cada vez mejor. Este gran desarrollo del cannabis medicinal nacional está atrayendo el interés global. Por ello, son numerosos los inversores que empiezan a mostrar interés por las técnicas botánicas utilizadas para producir marihuana terapéutica de calidad en el país hebreo; y no son pocas las empresas extranjeras que empiezan a buscar alianzas con las israelíes para desarrollar medicamentos cannábicos específicos.
Es el caso de la empresa australiana Phytotech Medical, que ya ha anunciado un acuerdo con Yissum, la rama tecnológica de la Universidad Hebrea de Jerusalén, para desarrollar pastillas dosificadas de cannabis para el mercado farmacéutico. Tras este anunció, la compañía obtuvo una financiación de más de 6 millones de dólares en la Bolsa de Melbourne.
Tal vez sea porque, a diferencia de Estados Unidos, donde algunos estados aceptan elcannabis para uso recreativo, en Israel es fácil investigar sobre marihuana medicinal porque el programa nacional de cannabis lo acepta. En EE.UU., sin embargo, pocas universidades tienen permisos o financiación adecuada para poder llevar a cabo estudios relacionados, pues la ley federal lo considera ilegal.
De hecho, en Israel es posible investigar incluso clínicamente con pacientes y con el consentimiento gubernamental, a pesar de las reticencias. De ahí que el país sea un líder mundial en el uso médico de la marihuana y que sus hospitales consigan un 90% de resultados exitosos con sus pacientes, según sus propias estimaciones. Algo que no se puede decir con otros medicamentos. Por eso y porque colaboran las universidades, los investigadores y los hospitales, todos a una.
No obstante, el Gobierno sigue sin ser muy receptivo. Los activistas israelíes aún deben pelear para que las autoridades vean el cannabis medicinal como una solución positiva a muchos problemas de salud y dejen de poner trabas burocráticas a los que investigan con la planta. O a los que intentan acceder a ella, pues actualmente solo lo logran menos de la tercera parte de los pacientes potenciales (en torno a 100.000 personas según los requerimientos actuales).
Por ejemplo, si un paciente tiene el permiso caducado, la clínica no puede proporcionarle cannabis y el paciente no recibe su medicación. De hecho existen un montón de quejas de los pacientes sobre lo difícil que es conseguir el acceso a la marihuana medicinal, los largos tiempos de espera para las recetas, las dosis pequeñas que reciben o la forma arbitraria en que trata el sistema a cada paciente. Realmente, todavía existen una gran cantidad de limitaciones, porque la marihuana medicinal en Israel está regulada, pero no lo está totalmente.
Se trata de una situación que provoca que muchos de los pacientes pasen por malos momentos y que hacen que el conocimiento de un líder mundial en la materia se quede encajonado en una mala burocracia que a veces no sabe aprovechar la totalidad de los recursos, donde también se entremezclan muchos aspectos políticos y financieros. E incluso intereses privados.
Israel ha llegado a un nivel muy alto de investigación y desarrollo de nuevos tipos de cannabis. Puede ayudar a todo el mundo; y sobre todo puede ayudar a la economía del país. Sin embargo, resulta difícil creer que aún exista gente dispuesta a restringir este éxito a los propios habitantes de la nación. Y es que una buena investigación no sirve de nada si quienes deben beneficiarse de ella tienen que enfrentarse a obstáculos artificiales que pueden perjudicar su calidad de vida.