Las grandes industrias aceiteras generan alrededor de 100 toneladas diarias de un residuo conocido como “desgomado”, una emulsión concentrada -resultante de la purificación del aceite- que contiene aceites, fosfolípidos y agua.
(Agencia CTyS-UNLaM)Uno de los principales usos de este residuo radica en la disolución del contenido proteico de las harinas del poroto de soja. Sin embargo, a raíz del empobrecimiento del suelo por la agricultura intensiva, el poroto contiene menores cantidades de proteína, por lo que la aplicación del desgomado en este producto se requiere cada vez menos.
A su vez, este residuo se aprovecha para producir lecitina de soja, un emulsionante utilizado en la industria alimenticia. Pese a que este subproducto es requerido en forma permanente, su valor ha caído notablemente en los últimos años a causa de la sobreoferta.
Otro de los usos posibles del desgomado es la producción de oleínas, un procedimiento que precisa la aplicación de ácido sulfúrico, un elemento que genera corrosivos y residuos difíciles de disponer sin afectar al medio ambiente.
A partir de estas múltiples problemáticas, investigadores del Instituto de Catálisis y Petroquímica, dependiente de la Universidad Nacional del Litoral y del CONICET, Argentina, diseñaron un procedimiento para transformar estos residuos en biocombustibles.
“Lo que nosotros buscamos aprovechar el aceite que tiene ese residuo para generar una materia prima que se pueda emplear en la generación de biodiesel”, explica la Dra. María Laura Pisarello, integrante del proyecto, y remarca que la mayor dificultad de este proceso es la desintegración de los elementos que componen esta sustancia similar a una goma.
El residuo se compone, en promedio, de un 30 por ciento de aceite, un 40 por ciento de fosfolípidos y un 30 por ciento de agua. Para generar biodiesel, se necesita extraer el aceite y desintegrar las moléculas de fosfolípidos para obtener sus diglicéridos y ácidos grasos que, en conjunto, serían la materia prima. Con este procedimiento, por cada tonelada de aceite se generaría una tonelada de biocombustible.
El primer paso de este proceso es la desintegración del desecho. Como su textura es difícil de manejar, los investigadores realizaron una prueba con distintos solventes y resolvieron que uno de los más eficaces era el metilester.
El segundo paso, una vez que los aceites, los fosfolípidos y el agua ya se encuentran diferenciados, es la acción de “cortar” las moléculas de fosfolípidos mediante enzimas recombinantes (modificadas genéticamente) denominadas fosfolipasa A y C. Durante el estudio, el equipo utilizó enzimas comerciales, pero, paralelamente, emprendieron el desarrollo de enzimas locales para abaratar el costo y ampliar la industria.
El tercer paso es la separación del material obtenido para la producción del combustible. “La forma de producir biodiesel –explica Pisarello- es algo bien conocido para nosotros que hemos hecho desarrollos al respecto. Si el producto es rico en ácidos grasos, se realiza la técnica de esterificación y, si posee mayor cantidad de diglicéridos, se emplea la técnica convencional de transesterificación”.
Este proceso de aprovechamiento –presentado en la 2º Conferencia Panamericana sobre Sustentabilidad en Biocombustibles y Bioenergía, en Buenos Aires- permite subsanar el problema de la sobreoferta de los demás subproductos del desgomado al tiempo que genera combustibles a base de recursos renovables y evita la disposición del residuo con sustancias corrosivas.
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C H O N S
Se trata de tres equipos conocidos como CHONS que pueden analizar cinco elementos: carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y azufre en muestras de diferentes tamaños. La UNL es la única institución del país que tiene este tipo de instrumental.
Cualquier estudiante de química o de biología puede asociar el nombre del equipo que la Universidad Nacional del Litoral (UNL) acaba de poner en funcionamiento, con el acrónimo nemotécnico de los cuatro elementos más comunes en los organismos vivos: carbono (C), hidrógeno (H), oxígeno (O) y nitrógeno (N). Justamente esos cuatro elementos más el azufre (S) son la clave para explicar el valor del instrumental que está disponible por primera vez en el país.
“El equipamiento es un instrumento para análisis elemental de los cinco elementos que forman la sigla CHONS, que se pueden medir en los distintos módulos que tiene el equipo”, explica María Laura Pisarello, investigadora responsable de la gestión del instrumental, que fue capacitada junto a Rafael García y Martín Gross por la empresa proveedora para proporcionar el servicio. “Esta es la primera vez que una institución pública o privada tiene este equipamiento tan completo y moderno que puede funcionar de forma combinada y con un potencial enorme”, agrega.
El uso del CHONS es muy amplio y útil para áreas muy variadas, desde la contaminación ambiental hasta el control de calidad de fármacos o combustibles. Una de las grandes ventajas del equipo es que permite analizar muestras orgánicas e inorgánicas y de diferentes tamaños. “Las muestras que se pueden analizar están en el orden de un gramo para los equipos más grandes, hasta un miligramo. Esto es útil para ciertos compuestos que son extremadamente caros o delicados, ya que se pueden analizar con mucha precisión y a una escala muy pequeña”, destaca Pisarello.
Dr. Carlos Querini y la Dra. Pisarello probando el equipo
Este conjunto de instrumentos representa también un verdadero salto de calidad para los investigadores y para las empresas que ahora van a poder acceder a este servicio de medición en la UNL. Carlos Querini, el investigador que lidera este proyecto, indicó que el equipo era una necesidad detectada por los investigadores de la UNL. “Habíamos tenido demandas de servicios que involucraban este tipo de análisis a las que no se podía dar respuesta”, dijo. “Por otro lado, en los proyectos de investigación realmente era una necesidad. Esta es una herramienta que va a ser de gran utilidad en muchos proyectos que llevamos adelante en los institutos y facultades de la UNL”, agregó.